viernes, 8 de noviembre de 2013

El Balcón

Hola, les he traído en ésta ocasión un cuento corto que hice hace uno o dos años con motivo del día de muertos. Que si bien, no tiene nada que ver con el folclor de la fecha, sí lo tiene con el nombre de la misma.
Aquí lo tienen:

El balcón

    Estando sentada en la orilla de un balcón mis pensamientos variaban entre tu imagen y el qué tan lejos podría brincar del mismo. En si mi salto sería tan fuerte, como para quedarme enterrada en la barda alambrada del vecino. En esa fascinación entre tus besos y el beso de la muerte. El segundo piso parecía tan cercano que de seguro no iba a ser suficiente. No hay nada peor que un suicida frustrado. No hay nada más patético que "sólo intentar".  Podría hacerme amante de la muerte del modo más bajo y estúpido. Tendría dos amantes maravillosas, tú, y ella.

     Sobre mi rostro sólo había sonrisas. La paradoja entre la felicidad de saber que me amas y el cómo podría ya morir en paz estando segura de eso. Era tan fácil y no tenía miedo. Podía haber saltado pero no habría una razón suficientemente fuerte para hacerlo si tu ya estas a mi lado aunque estés lejos. No tenía razón para renunciar a la vida más sin embargo, ya estaba redactando el mensaje que te daría despedida en mi celular aunque fuese  solo en mi mente. Ese mensaje era, a ti. Solo a ti. Esa muerte sería para ti.

     También he de presumirte que el paisaje era hermoso. Tomé algunas fotografías y me detuve a ver el fondo de pantalla en el que podía contemplar tu imagen. La tentación de bajar un pie seguía latente. ¿Qué se sentirá ese tango con la muerte? ¿Podrían mis pies seguir tal sinfonía? Sin embargo permanecía inmóvil, escuchando música, sintiendo el viento y viendo a la gente pasar. Siempre sonriendo ante la ironía de lo que soy hoy para ti. Siempre agradeciendo lo que soy hoy para ti y pensando, no en un futuro, si no en un presente en otra dimensión. Imaginando las distintas posibilidades: enterrada en el pico de la cochera, dislocado mi cuello sobre el pasto, los llantos de mi prima adolescente, mis abuelos desconcertados. Y yo, yo reía. Reía ante la ironía de mis pensamientos. Reía porque entre eso estaban tus palabras, tus “te quiero”, tus  “mi niña”, tus “te amo”. Y reía porque te amo.

      Solo alguien como yo podría amarte pensando en tirarse por un balcón. Estar contigo es como estar sentada a la orilla de un balcón, solo que menos tranquilo. Es hermoso, ilógico y muy, muy peligroso. Ya podía sentir esos labios mortíferos sobre mi rosada boca. Ya podía sentir esa lengua penetrar hasta mi garganta, ahorcando mi tráquea desde dentro. Ahogando mis sentidos en el más profundo beso. Ese beso que no es terrenal y lo comparé con tu boca. Esa boca que no se sabe si es de cielo o de infierno.

       Tal vez es esa adrenalina de jugar con mi vida lo que me mantiene unida a ti. Ese saber que en cualquier momento podría desaparecer de esta tierra en manos de tus enemigos. Ese imaginar cómo me llevan de tu lado y tú sufriendo, gritando, defendiéndome con todas tus fuerzas. Defendiéndome a costa de tu propia vida. Sabiendo que si saltaba llorarías por mí porque me amas.

      Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada de mi hermano. Era momento de bajar e irme a mi propia casa. Dejar ese balcón atrás y llevarme conmigo mi música, mis retorcidos pensamientos y mi sonrisa. Sin embargo algo faltaba. Faltaba ese acto definitivo que me permitiera acabar con el devenir de tu recuerdo. Aquél que dejaría por siempre saber la verdad y cortar los sentimientos fluctuantes entre el gozo y el olvido, entre el plaser y el poder. Así que te envié el mensaje. Ese texto que contenía la última de mis verdades y que sólo tú conocerías en el momento oportuno. El beso que ya jamás te daré. Las letras que jamás pronuncié pero que se traducían en ese salto desde aquél balcón. El adios de un artista. El adios de mi amor.

Nohemi Estefanía Burrola Monárrez