viernes, 4 de enero de 2019

Así es como hoy, tu belleza no la olvido

La vi recostada sobre su sonrisa. Su blanca piel marcada por mis uñas. La vi con su largo cabello claro cayendo en sus hombros y sus manos desapareciendo bajo la almohada. Descansaba y soñaba con volar extendiendo sus brazos y piernas a través de la cama. Su hermosa figura de mujer cansada fue alimento para mi mirada. No pude evitar regresar a ella. Tenía que adorar sus largas piernas con mis manos hasta llegar a sus cintura arrancándole un suspiro. Todo me llevaba a acercarme a su cuerpo y deshacerme de la ropa que ya había vuelto a colocar en mi. En el momento en que abrió sus ojos verdes y miró mi rostro, no pude contenerme más. Puse a un lado las telas estorbosas y me dispuse a besarle. Pequeños gemidos y risitas sucedían al ritmo de mis labios en su piel. La besé desde sus piernas hasta su cuello sosteniendo su figura firmemente entre mis manos. Quería grabar en mi memoria muscular la perfección de ese momento. De un momento a otro mi figura cubría la suya embonando mis piernas en el espacio entre las suyas. Podía sentir la humedad que emanaba de su sexo. Con movimientos circulares su cadera me invitaba a vivir en ella uniéndonos en los espasmos causados por la mímica. Podía sentir mis senos rozando su bella espalda y nuestros tobillos entrelazados debajo de las cobijas. Mientras, mi rostro se refugiaba entre su cuello y sus mejillas, pronunciando un te amo entre caricias.
Es increíble pensar en cómo comenzaron las cosas. Aquélla noche iba acompañada de mi soledad a enfrentarme a un mar de gente disfrazada de alegría. Perdimos la conciencia de nuestras realidades atando nuestras almas en un acto carnal inolvidable. Eras la aventura que jamás pensé tener y desde el primer día me mostraste otro mundo ¿Qué habría hecho yo si no te hubieras cruzado conmigo? Incluso conocer a Cristo esa noche hubiera sido distinto. Cosa curiosa que el que coqueteaba fuera tu amigo mientras tú habías captado mi mirada y acelerado mis latidos desde el principio. Hoy que todo ha terminado a más de un año de haberte conocido, dejo contigo una pieza enorme de mi vida. Aquélla que arrancaste a gritos y mordidas pero también esa que te ganaste con tu hermosa y tímida sonrisa.
Te recuerdo perfectamente con todas tus imperfecciones. Las marcas y lunares que adornan tu entrepierna. Recuerdo los montes que recorría mi deseosa lengua haciéndote delirar, como ninguna otra. Me permitiste cruzar las puertas de tu cuerpo desde nuevos ángulos. Me permitiste derretirte entre mi rostro, cadera y manos. Me permitiste entrar a tu corazón desde tu oído y sostenerlo entre tus senos y los míos. Y más que todo, me permitiste tomar tu mano por este tormentoso camino.
Tormentas.Tempestades de la propia naturaleza. El tiempo hace que se derramen las presas. Estruendos. El volumen de las bocas aumentaron fuera de la cama ¿Quién dejó que cruzaran el río esas palabras? Las fronteras deberían ser el filtro de las armas verbales. Pesa más la piedra que la caricia. Doliste más de lo que curaste. Besarte no resanaba las heridas.
Así es como hoy, tu belleza no la olvido. Siete meses a tu lado refugiándome contigo. Siete meses de sonrisas y risas y amores. La mitad del tiempo que me resta estuvo en nuestros corazones. Hoy que ese cajón no alberga mi pijama y ese ya no es mi lado de la cama, me encuentro agradecida por haber sido tu dama. Por que me enseñaste más de lo que piensas tanto de la vida como la cama.
No volveré a recostarme en tu pecho cuando el día no más no se acaba. No volveré a enredarme en tus piernas cuando la ansiedad me ataca. No volveré a besarte en la playa justo después de amarnos. No podría volver a hacerlo después de como me haz lastimado.
Sin embargo, vida mía, fuiste tú quién liberó mi cuerpo de sus cadenas. Me enseñaste que en el sexo la ternura es igual de placentera. Que no sólo eran mis ansias las que vivían entre nuestras caderas y sobre todo que entre iguales, el néctar que se extrae es más dulce con certeza.