domingo, 6 de diciembre de 2020

No era él (primera parte)

Fue progresivo el aumento del deseo que él me causaba. La primera vez que vi esa imponente espalda unida al resto de su cuerpo, juro por mi madre, me sonrojé de inmediato. No podía evitar espiarle y sacar todas las conclusiones posibles; ¿De dónde vendrá? ¿Quién es? ¿Qué esconde tras esa mirada penetrante y retadora? y sobre todo ¿Qué se sentirá estar entre sus brazos?

En alguna ocasión, como toda chica de 18 años, me llegué a preguntar cómo sería estar con un hombre más grande. Del mismo modo, como cualquier chica de mi edad, no tenía manera de saberlo. No sé qué tenía en él que me jalaba a conocerlo. Se asemejaba a lo que pasa con las polillas y el fuego de una vela. Así de peligroso y tentador era para mí este sujeto. Cada intento de convivencia se veía frustrado por mi torpeza o, tal vez, en parte a su cautela.  Era evidente lo que yo quería conseguir de él. Quería probar el éxtasis que aún corría por su sangre. Los restos de energía artificial que aumentaba el torrente de sus venas. Quería sentir sus venas y recorrer con mis labios la arteria que se dibujaba en su cuello para succionarle la vida. En mi mente, varias veces había arrancado con mis uñas el tatuaje de sus brazos, sin embargo, en mi realidad, seguía siendo una niña. Una jovencita queriendo comer en la mesa de los grandes. Lo veía a lo lejos buscando el momento de acercarme sólo para quedarme muda de los nervios.

Dicen que quién juega con fuego, se termina quemando, sin embargo una sensación en mi vientre me invitaba a buscar su calor. Era como un choque de electricidad que nunca antes había sentido desatado por el estruendo de su risa llena de cinismo. Cínico: perro en griego. Animal que se guía por los instintos más básicos de la naturaleza. Salvaje si se le maltrata, dócil si se le moldea. Esa risa que hipnotiza como los demonios y penetra por tus tímpanos hasta tu espina dorsal. Si su voz grave y rasposa pronunciaba mi nombre, lo sentía por dentro retumbando con cada vocal -A- man- da- y un escalofrío recorría mi cuerpo como su lengua en mis sueños.

Veia como hablaba con las otras mujeres. Cual pavo real hinchaba el pecho y desplegaba sus plumas mostrando esos perfectos músculos esculpidos con el tiempo. Logro de un hombre detallista y disciplinado. Podía ver en su rostro una vida oculta que me intrigaba mientras alardeaba de lo que fuera con ellas. Mientras las abrazaba a ellas. Mientras yo hervía en celos desde el otro lado del salón. Casi parecía que era consciente del revuelo que causaba y lo disfrutara. Uno mas de tantos que encierran su pasado e inseguridades en su presente, experiencias y manera de actuar. Lucia una actitud de las que se adquieren cuando decides que ya no quieres a nadie entrometiéndose en tu camino. Eso fuera de importarme, era lo que mas me atraía de el..Su oscuridad y su perversión.

Llegó el día en el que me decidí a contarle mis obsesiones. Buscaba las palabras exactas para conseguir lo que yo quería tal y cómo lo había hecho por años. El me escuchó con desgane, posiblemente lo veía venir así que no le tomó importancia. Me sentí apenada y un poco estúpida. Sin embargo no desistí. Él, por medio del miedo intentaba disuadirme. Me planteaba situaciones en las que me trataría más como objeto que cómo persona y yo, por no mostrar debilidad pedía eso y más. Indicandole "es exactamente lo que quiero", quitándome un poco de control. No había nada en ese mundo que quisiera más que ser suya aun que fuera por un momento; Él lo sabía.

Conforme fue pasando el tiempo y las insinuaciones pasaron a ser peticiones bastante directas, el peligro de que éstas se hicieran realidad, se tornaba más tangible. Él comenzaba a disfrutar el juego en privado. Dónde nadie se percatara que en esa conversación no había más que sexo. No había urbanidad, nada de sociedad, sólo sexo, bromas, autos y más sexo. Sabía que iba a salirse de mi control porque en realidad nunca lo tuve. Sacaba su lengua constantemente. Ese gesto en el que su larga y puntiaguda lengua se asemejaba a la de una serpiente reconociendo su entorno, me volvía loca. Podía sentir mi corazón acelerarse ligeramente y mis brazos y piernas erizarse. Sin embargo, por una u otra cosa, esa conversación siempre a la vista de los demás, debía terminarse.

Siempre lo evitaba con la misma fuerza que usaba para buscarlo. Esa noche coincidió que estábamos los dos solos en medio de la granja durante la noche. Fuimos al tiempo al mismo sitio dónde la conversación de siempre tomó lugar pero esta vez, lejos de la mirada vigilante de la gente. Me puse tan nerviosa que traté de alejarlo. Jugando golpeé su rostro despacio con mi mano -¡No me estés golpeando!- Dijo al tiempo que me acorraló y agarró uno de mis senos. En medio de la noche, lejos de la gente, quise darle una cachetada, el pánico que me atajaba por la confusión me llevó a levantar mi mano con la intención de responder y él se dio cuenta. Detuve mi mano por su mirada amenazadora -¿Vas a volver a golpearme?- dijo, y bajé mi mano. Me soltó al momento. No era más que una advertencia y le tomé la palabra.

Asustada, fui a buscar protección con otros del lugar. Mantuve la mayor discreción posible, no quería que mi madre se enterara porque, muy dentro de mí, a pesar del miedo seguía deseándolo con cada partícula de mi ser. Entendí que aun no era el momento. Que debía esperar a volverlo a encontrar en la vida para que éste sueño se pudiera concretar. Me sentía enojada, cada que lo veía mi sangre se calentaba y corría más rápido por mis venas pero esta vez era de rencor -¿Cómo se atrevía a tratarme así?- Pensaba. Fue sólo tiempo después de volver a espiarlo desde lo lejos que lo comprendí: Eso era lo que buscaba, su energía y dominación.

Pasaron los años, Él era ahora un hombre casado y podía, tímidamente, acercarme a saludar. Manteníamos conversaciones triviales acerca de nuestro entorno, pero nada más. Aun sentía el latir de mi cuerpo entero cuando lograba sostenerle la mirada e inmediatamente me alejaba. Sentía celos de cómo la trataba. No quería ser su princesa como lo era ella, pero era un obstáculo para mi. Decidí hacerme su amiga para poder alejarme dado el cariño que le tenía. Conversaba seguido con ella y jamás sospechó de mi. A veces, él estaba ahí, evitando mi mirada y anulando mi presencia. Una vez más era la niña que jugaba a ser un poco madura, algo mayor para encajar. Parecía ser el final de esta aventura.  Mis amigas eran consientes del deseo que él despertaba en mi. Me aconsejaban alejarme, siempre buscaban mi bienestar. Con el tiempo me olvidé de él. Seguí mi vida y él la suya hasta que dejamos de vernos durante un tiempo. Eso hasta que su matrimonio terminó. Sólo entonces todas esas fantasías volvieron a tomar vida. Jamás pensé que un divorcio podía darme tanta alegría.

Esta vez tenía de mi lado un poco más de experiencia. Un poco más de malicia. Estaba decidida a obtener eso que durante más de cuatro años había buscado y me armé de valor. No estaba muy segura de que valiera la pena ni de lo que me esperaba al conseguir mi cometido, pero no me importó. Comencé a hablarle, a escribirle. Lo saludaba esporádicamente cuando encontraba algo qué compartirle. Eran pequeños intentos por llamar su atención hasta que un día la conversación de alargó.

-Esta semana estuvo muy pesada, el fin de semana me voy a ir al lago con unos amigos ¿Gustas?- escribió.
-Me encantaría, pero trabajo todo el fin de semana
-¡No vayas, ven conmigo!
-No puedo, sino estaría encantada. Es más, deberías de venir un día de estos a visitarme. Tengo ganas de platicar contigo- escribí. Sentía que mi corazón se aceleraba ¿Qué podría pasar? ¿Me dirá que no? ¿Y si viene? la pantalla me informaba que la respuesta estaba siendo escrita.
-¡Estaría bien! ¿Algún lugar en mente?- No podía creerlo, ¡Realmente estaba dispuesto a venir! Tenía que pensar en algo. Mencioné algunos restaurantes y le pareció buena idea.- Pero te advierto que con el alcohol me pongo romántico.
Mis ojos se abrieron como plato y solté una risa nerviosa al leer estos mensajes ¿Será que al fin era el momento? Continuamos con la conversación un rato entre coquetería ligera y juegos de palabras hasta que exclamó:

-¡A ver! ¿De qué estamos hablando? Hablemos del final ¿Qué prefieres, un final feliz o no tan feliz?-
-¿Pues qué mejor que dormirme contenta, o no? Era todo, no había vuelta atrás. Las cosas no podían ser más obvias. No tardó en contestar.
-Suena muy interesante- replicó.
-Cuatro años me han enseñado algunas cosas.
-¡Algunas tantas me atrevo a pensar! Jajajá.
- Ahora sólo necesito un juez que de un veredicto final. Alguien con experiencia y muy buenas referencias, cabe aclarar.
-¿Así que tengo buena fama? No hagas caso a los chismes, prefiero que tengas una opinión propia.
-Es justo lo que quiero.
-No se hable más, entonces tendrá que ser a mi manera, ¿Aceptas? Soy un perverso y un depravado ¡Yo tengo el control! ¡Tú obedeces!-
-¡Uy! Me parece perfecto.-

Estaba hecho, ahora sólo era cuestión de concretar el encuentro. Saldríamos a algún lugar a cenar con amigos y luego nos iríamos solos a cerrar la noche. Procuré un bar dónde nadie pudiera encontrarnos por casualidad. Dónde la diferencia de edad pasara desapercibida entre el grupo de gente con la que estábamos. Nos divertimos, bebimos y nos observábamos. De vez en cuando él reía de mi por los nervios tan evidentes mezclados con las ansias por tenerlo en mi cama. Durante la reunión se acercó a hablarme al oído -Vamos a comenzar más tarde. Tú te vas a masturbar y yo te voy a ver.- Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo y una mirada cómplice delató mi consentimiento. Pasaron un par de horas y decidimos partir. Pagó la cuenta y tomamos rumbo.

Esa noche conocí una parte el mundo entre el cielo y el infierno que no me había tocado antes visitar. Jugamos juntos a conocer el cuerpo del otro. No apagamos la luz, había que aprovechar cada detalle. Al principio fui suya. Mi boca y el resto de mi cuerpo fueron suyos. Llegamos al cansancio luego de tocarme de una manera que jamás lo había hecho para nadie. Su rostro lleno de placer me fascinaba. No hubo tiempo de cohibirme. Estaba tan nerviosa al principio y tan extasiada al final. Nos recostamos, platicamos y yo examiné su cuerpo. Descubrí la edad de su piel, la tinta de sus tatuajes con mis dedos y mi boca, la historia breve tras de ellos y acaricié sus cicatrices de una por una. Recorrí sus largas piernas, sentí sus gruesas manos en mi cabello y mi cintura. Era mi premio por saber esperar. Yo quería más. No podía dejarlo ir sin tener un poco más.

Sabíamos algunas cosas del otro. Nos había tocado oír la vida del otro en más de una ocasión. Todas sus perversiones que conocía por testimonio ajeno y otras tantas que a mi mente venían en esas fantasías que fueron formándose los últimos años, eran justo lo que me tenía ahí esa noche. Me dirigió casi cada movimiento.

Hice todo lo que estaba en mis manos para volverlo a excitar y obtuve lo que en realidad deseaba. Me tomó completamente. Su fuerza sostenía mis piernas y su cadera me envestía al ritmo del deseo. Esa mirada malvada y alucinante se conectaba conmigo desde las alturas hasta que se consumió en el palpitar de su sexo dentro del mío. Había terminado. Todo había terminado, Lo lograste, Amanda, declaró y lo abracé en lo que recuperaba fuerzas para partir. Se despidió de mi con un beso. Lo acompañé hasta la puerta de la casa y regresé a la realidad. Estaba feliz, había sido perfecto, la lujuria y la complicidad del acto. No podía no querer más. Quedamos para un futuro encuentro.